martes, 3 de junio de 2014

La monarquía irrepetible

Un elemento clave para determinar la elección del jefe de estado de un país, es si aquel ejerce algún poder efectivo o es meramente una figura representativa. En el primer caso es evidente que partiendo del principio de que todo poder procede del pueblo, el jefe del estado debería ser elegido por la ciudadanía, en caso contrario, si es una simple figura decorativa la cuestión pierde una gran parte de su importancia.

El problema de un jefe de estado que ejerza poder y por tanto sea elegido,  es que ostentará una legitimidad de origen semejante a las de las cámaras de representantes, también elegidas por los ciudadanos, lo cual puede llevar a situaciones de enfrentamiento que dificulten la acción política práctica. Es el problema de los regímenes presidencialistas en  los que en definitiva siempre se produce un sometimiento de uno de los poderes al otro como única forma de realizar una labor de gobierno efectiva. Estas dificultades me inclinan a ser partidario de un jefe de estado sin poder efectivo

Hay dos modelos de jefes de estado que pudiéramos considerar como simbólicos en sus funciones: las monarquías constitucionales europeas y las repúblicas con presidentes elegidos por las cámaras y por tanto dependientes de aquellas. En ambos casos la supremacía corresponde a los elegidos por los ciudadanos que ejercen el poder mediante gobiernos surgidos de las mayorías que la voluntad popular determina. Aun siendo evidente la superioridad de cualquier sistema de elección sobre circunstancias puramente genéticas, si no hay poder efectivo que ejercer el asunto carece de trascendencia  política real

El caso de España es algo especial, sin duda debido al origen de la monarquía juancarlista y de las concesiones que debieron hacerse en la transición para que la derecha y los poderes fácticos aceptaran el establecimiento del régimen democrático. Por ello la monarquía española, aun tratando de homologarse con las europeas, es percibida por los ciudadanos como con más poderes que aquellas. Esta percepción tiene base real en algunos aspectos de la Constitución, como por ejemplo que  el rey ejerza el mando supremo de las Fuerzas Armadas  También se funda en el tratamiento que se ha venido dando a la institución, ya que desde los medios del sistema se ha venido considerando al rey Juan Carlos como una  suerte de padre de la democracia y una fuente de legitimidad por encima de las demás. Por otra parte el tratamiento reverencial hacia el rey que han tenido la casi totalidad de los  poderes políticos y económicos, ha dado lugar a situaciones poco recomendables en las que las apariencias indicaban que bastaba una mera indicación de Casa Real para que cualquier decisión fuese adoptada por la administración  o empresa correspondiente.

Dadas las dificultades políticas que supondría en España ir a un modelo de presidente de república elegido por las Cámaras, pienso que lo conveniente para que la monarquía tenga futuro claro y aceptado en España es aprovechar la abdicación del actual titular de la jefatura del estado para  realizar las reformas necesarias que alineen sus funciones y sus modos de actuación con los de las monarquías constitucionales europeas, convirtiendo nuestra monarquía en una institución neutral, transparente, austera y cercana a los ciudadanos. 

El rey debe tener una forma de vida lo más parecida posible a la de sus conciudadanos y huir de privilegios innecesarios y de todo lo que pueda sonar a tráfico de influencias, con transparencia total en sus actuaciones y en sus gastos.


Por todas estas razones la monarquía del nuevo rey debe ser diferente a la de su padre, cuyas circunstancias de origen y de ejercicio han definido unas características que la hacen sin duda irrepetible. Será una monarquía que nos represente a todos y que ejerza la jefatura del estado permitiendo en cada momento la acción de gobierno que los ciudadanos determinen en las urnas